En mi casa no se juega así

“Odio la vida moderna. Hoy se me está haciendo bola”. Me encantan las frases y esta es de una canción de Veintiuno junto a mi amado Santi Balmes. Y sí, tengo una edad y una mente que me permite adaptarme a los nuevos tiempos cargados de avances, mega ultra nuevas tecnologías, pero no a la falta de valores, a lo virtual, a la falta de empatía, al todo para ya, a la crítica constante, la crispación, a la no concesión del beneficio de la duda, al todo el mundo va a su bola menos yo que voy a la mía, al individualismo malentendido, a las opiniones no pedidas, al hablar sin saber, al creer que conocen de tu vida y cómo estás por una foto de Instagram… En definitiva, me sobran los motivos.

Porque en mi casa no se juega así o no se jugaba. No me educaron o prepararon para esto. Sí para dar las gracias y los buenos días, sí para pedir permiso y por favor, pero no para que alguien me diga que soy pesada por hacerlo.

(Foto Flickr)

A mí me enseñaron a saludar cuando llego a un sitio donde hay gente (el portal, el ascensor, el vestuario del gimnasio, un establecimiento…) o sonreír. Pero debe ser que eso ya no está de moda. Es una pena que nos sorprendamos más cuando alguien es educado, agradable y simpático que cuando no lo es. Esa normalización me horroriza, me escandaliza, me apena y no, en mi casa no se juega así. Lo que decías cuando ibas perdiendo en el juego y las normas no te encajaban.

Se supone que el infierno es el averno y para mí es el “aversi”: a ver si nos vemos que siempre lleva implícito un nunca o un “cuando a mí me venga bien” o “ya si eso”.

Por no hablar de las redes sociales y el Whatsapp del demonio, una paradoja en toda su expresión/manifestación: tenemos más canales para comunicarnos que nunca y es cuando menos sabemos los unos de los otros porque, o peor aún, creemos saber. Y nunca tenemos tiempo. Dejando para otro capítulo el mal estilo de no responder a mensajes o desaparecer por arte de magia. Lo llaman “ghosting” y yo me inclino más a fantasmeo.

Que las palabritas se las lleva el viento, que yo busco personas de palabra, obra y no omisión. Que hay personas que están sufriendo mucho y hay que ayudarlas y no alejarse porque “me transmite negatividad”, “es tóxico”… porque luego vienen los “no sabía que estaba tan mal”.

Y dónde dejamos a los “todistas”, esas personas que se creen abogados, médicos, profesores, periodistas, farmacéuticos, presidentes del Gobierno… y que emiten juicios y críticas destructivas u opiniones no pedidas. 

A veces dan ganas de gritar “¡arrenuncio!” para denunciar el incumplimiento de las normas del juego. O el famoso “¡uve!” (en mi tierra) para hacer una pausa. Este comodín se usaba justo cuando te iban a coger en el ‘pilla, pilla’ o ‘polis y ladrones’. Era un poco trampa, pero una buena estrategia si lo empleabas en el momento justo.  

Eso me recuerda a mi infancia y parte de la adolescencia, donde no nos violaban ni mis amigos iban con navajas. Alguna pelea he visto. A un amigo siempre le querían pegar cuando íbamos Morgana (discoteca de Salamanca), pero nos divertíamos de otra forma. Que sí, el primer beso, los primeros botellones y cigarros… no éramos santos nosotros ni los de generaciones anteriores, aunque ellos lo tuvieron algo más difícil en algunos momentos de la historia.

Que la sociedad va de progre, con relaciones de todo tipo, pero que a mis casi 40 años no estoy casada ni tengo hijos y eso es que “se me pasa el arroz” o “algo tendré”. Lo que tengo es muchas ganas de desbaratar el tablero de juego o de soltar un a “a tomar por culo”, que te ayuda a liberar cuerpo y mente. 

A veces pienso “que se pare el mundo que yo me bajo”, pero como hija de torero, prefiero parar yo, templar lo poco que mi sangre me permite y mandar, citando de frente; porque “la vida no es la fiesta que habíamos imaginado”, pero “ya que estamos aquí, bailemos”.

Y, a pesar de todo, seguiré con mi sentido y sensibilidad, porque en mi casa se juega así.