Los de 40 no somos los principales
Llevo tiempo pensando en escribir estas líneas. El título lo tenía claro. Y acabo de encontrar el gancho o percha, como decimos los plumillas: la nueva ayuda al alquiler.
No voy a entrar a valorar la medida en cuestión porque no creo que sea la solución al panorama actual y es extensible a otras edades que parecemos no existir. Y no pretendo vivir de papá/mamá Estado que con 23 años me medio independicé, precisamente para vivir de papá/mamá Villasante Sánchez. Y siendo hija única.
Digo medio porque el sueldo era de 750 euros, en Cádiz. Compartía piso, no tenía muchos gastos y solo permitía que mis padres me ayudasen dándome algún tupper o pagándome alguno de los trayectos de 9 horas en autocar para vernos.
Ahora son pocos los que logran independizarse antes de los 30, lamentablemente, aunque también estoy segura de que no lo harían a cualquier precio como aquel sueldo que yo acepté. El otro día escuché a Luis Alberto Lera, chef del restaurante Lera, en una entrevista, decir que quizás los jóvenes de ahora no aguantan todo lo que nosotros aguantamos en su día y que ninguna de las dos cosas es la correcta. No podría estar más de acuerdo.
Me he tirado 20 años trabajando en la televisión, viviendo al día. Unas veces con mejor sueldo que otras, combinadas con periodos en paro, lo que me obligaba a ir contando y descontando días de prestación y a estar calculando la media de sueldo que salía al mes y que nunca era igual. Además, viví en diferentes ciudades, de trabajo que me llamaban, ahí estaba. Así que, tras vivir dos crisis económicas y no tener trabajos fijos, dónde iba a pedir yo una hipoteca.
Y atención, spoiler, siempre tenía más de dos pagadores y Hacienda somos casi todos. Hubo un tiempo al menos que podía desgravar el alquiler, pero no en todas las comunidades y ¿sabes hasta qué edad? Los 35. Cuando llegues a esa edad, para. Para porque ya no entras en ningún plan. Por cierto, otro inciso, con casi 30 tuve que volver a casa de mis padres, la crisis del 2008 que me salpicó en 2012.
Ya con 41 tacos, me veo en un limbo, con sensación de pertenencia a una generación frustrada, infectada de ‘titulitis’, que mira a quienes vienen detrás sin esperanza de un futuro mejor y sin pensar en la cada vez más lejana jubila… ¿qué? Y no hay más que echar un vistazo a las redes para eso de que “mal de muchos, consuelo de tontos” y leo muchos comentarios del tipo “y los de 40 qué”, “pues espera llegar a los 50”. ¡Qué desasosiego!
Vivo sola desde los 26-27 años. No he vuelto a compartir piso, pero todavía hay osados que lo plantean como solución a los sueldos bajos y alquileres y cesta de la compra imposibles.
Comprar un piso sigue siendo una utopía, basta con pararse en el escaparate de una inmobiliaria y ver que una casa con más años que yo, supera los 180.000 euros y la tienes que reformar entera. Y si me quisiera/necesitase cambiar de piso, resultaría más fácil reunir los horro cruces de Harry Potter que encontrar algo que no sea 100 euros más caros de lo que ya pago, además de tener que dejar un riñón de fianza y entregar un pelo de unicornio de la India.
Parece ser que somos muy progres y pensamos en políticas sociales, sin reparar en que la vida ha cambiado. La madre de una compañera de la facultad, al cumplir los 20, nos dijo que empezábamos la década donde ocurriría lo mejor de nuestras vidas: acabar la carrera, primer trabajo, casarnos, tener primer hijo… A mí me entró la risa y miedo a la vez. ¿Y si yo no quería eso o no lo vivía? ¿Sería la rara? ¿Seré yo, Señor?
Y en un mundo tan plural, aún no se entiende que existen diferentes modelos de familia, que tristemente hay no-parejas que se ven obligados a convivir porque separarse es inviable económicamente, que un gran número de personas seguimos solteras, por elección u obligación, sin ninguna pretensión de quedarnos pa vestir santos porque ya quedan pocos.
Que aunque no haya cumplido con la norma no escrita de casarme y procrear, reconozco que sí aspiraba a estar bien posicionada dada mi trayectoria profesional, pero nada más lejos de la realidad. Pago alquiler, facturas, combustible y comida lo más saludable posible, pero para darme el lujo de pagar la ITV del coche, el seguro, formaciones, gastos imprevistos, necesito de un segundo empleo. También para lo que considero que es vivir, para viajar, beber unos vinos, disfrutar. Y respirar.
Ojalá volver a aquellos años de adolescencia cuando cada sábado esperaba escuchar Los 40 principales soñando con un futuro de color de rosas, con todo aquello que marcaba la sociedad. Ahora los sábados los dedico a buscar salidas, a estudiar, trabajar, descansar cuerpo y mente y a beber vino, sabiendo que aun siendo ‘cuarentera’ no entro en la lista de los números 1. Los de 40 no somos los principales.