Aquellos maravillosos años de la Feria Taurina de Salamanca

callejon plaza toros glorieta
Mi padre (en medio) en el callejón de La Glorieta

Desde que tengo uso de razón, mi casa por estas fechas se convertía en la filial de la taquilla de La Glorieta que, por aquel entonces, no estaba en la misma plaza. Se ubicaba en la calle Íscar Peyra, frente a lo que ahora es un edificio de la Administración del Ayuntamiento de Salamanca. Casi enfrente de Morgana, para que nos entendamos.

El teléfono no paraba y ahí estaba mi santo padre apuntando pedidos de entradas, curiosamente en un taco (talonario) de entradas de los que sobraban de los festejos que él daba. En casa siempre nos han servido para dejarnos notas para avisar de que no sé quién ha llamado, estoy en no sé dónde. Porque sí, antes se dejaban notas.

Y, mientras, mi madre hacía lo mismo con sus amigas y compañeras de trabajo. Ella no faltaba a las de Espartaco o César Rincón. Mi padre, que entraba de balde con el carné de empresario, casi nunca iba a la plaza y yo iba cuando me llevaban. Hasta que llegó mi adolescencia y ya pedía entradas para algunas amigas y para mí. Cuando toreaba Enrique Ponce, Joselito… porque ya iba entendiendo. Pero también tenía el pavo y sí, confieso, que me encantaba Fran Rivera. Tenía toda mi habitación empapelada con fotos y póster de él. Y Marcialito, que respetó a todos los matadores de toros siempre, nunca se metió con mi gusto.

(Aquí podría ir alguna de mis fotos con Ponce, Joselito y Fran Rivera, pero aún me queda dignidad)

Aparte de la habitación, llevaba mi carpeta del colegio/instituto forrada con los personajes de Sensación de Vivir o de los Backstreet Boys y Spice Girls, mezclados con fotos de Rivera Ordóñez o Ferrera de novillero o Ponce o… ¡Un cuadro!

Una mañana de feria

Prosigo. Mi padre cogía los encargos, mi madre los suyos y ¡a pasar por taquilla! Y ya después, pues a tomarnos algo al Florines (Mi Vaca y yo), el Angelo (en la Plaza de la Libertad, que ahora se llama La Pitera), al Plus Ultra o al Valencia. Y allí te cruzabas con Adolfo, El Rubio, Juan Mari, los Pérez- Tabernero, el Grabao, los Barrero, los Miura, Flores Blázquez, Juan José, José Dani, los Carreño, Luis el médico… Y ya pues se echaba la mañana y, a veces, casi el día alternando. Bonita palabra. Cuando no se terminaba con la copística en el Rojo y Negro. Pero que no hacía falta que fuesen ferias. Ese era el plan casi todos los fines de semana de otoño-invierno.

Yo siempre me pedía un mosto rojo, en vaso de chato, para parecerme a los mayores tomando su vino. Nunca se me borrará de la cabeza el clarete que no perdonaba Adolfo. Porque hay recuerdos que no se marchitan, son inmarcesibles (palabra que he descubierto gracias a un gran aficionado y de las personas bonitas que se te cruzan en el camino). O cuando me metía a atender donde Florines o a teclear la máquina registradora antigua; o mi Peñita, que pedía a mi madre que me pusiese el abrigo de «pitiminí» para llevarme de paseo mientras mis padres terminaban sus compromisos. O Andrés el Grabao, jugando a las cartas en el Plus, que una vez me preguntó que si quería jugar y yo respondí: «no, las niñas no ‘joban'»; y hasta el último de sus días, me seguía preguntando si las niñas ‘jobaban’ o no.

A veces agradezco a la vida tener tan buena memoria para mantener esos bonitos recuerdos de mi infancia y de lo que durante mucho tiempo fue Salamanca en ferias, taurinamente hablando. Hasta 10 días de festejos con toda la creme de la creme anunciada y los toreros charros presentes en casi todas las tardes. Y en mi cabeza suena: «Ooooh! Cómo hemos cambiado…», de Presuntos Implicados.

Cartel Feria taurina 1995

El Gran Hotel de Salamanca

Y cuando llegaban esos días, la cita estaba en el maravilloso Gran Hotel, que ha visto desfilar por sus escaleras a reyes, actores y grandes figuras del toreo. Y a la familia Villasante Sánchez.

Era habitual ver a aficionados esperando a que su torero saliese a pasear o saludar para pedir una foto y que se la firmase. En ese hotel se respiraba torería desde media mañana. Y su inmenso vestíbulo era un ir y venir de ganaderos, empresarios, novilleros, ex-banderilleros, periodistas o críticos taurinos… Alguien que me impuso mucho… José María Manzanares (padre).

Siempre acogía alguna exposición de pintura taurina y aún me acuerdo del día que una chica muy guapa me llevó a los puestos del mercadillo que ponían en la Plaza de los Bandos. Fuimos a comprar un abanico liso. Lo debió elegir ella porque es naranja y es un color que detesto. Lo queríamos para que uno de esos artistas que exponía en el Gran Hotel me pintase un toro con una encina, una estampa muy del Campo Charro. La chica era Paloma Cuevas.

También me acuerdo del café-bar donde siempre sonaba música de piano-bar, cuando no estaba alguien sentado al teclado. No sé cómo explicarlo, pero ahí fui feliz. Veía a mi padre en su salsa, aunque nunca fue muy de dejarse ver en saraos; que no fue de postureo, vaya. A veces algo fanfarrón, pero quién no se ha tirado el pisto alguna vez.

La idea de cualquier tiempo pasado fue mejor

Y si se terciaba, te marcabas un café- torero en toda regla que pa eso decían El Brujo y él que lo habían inventado. Y Salamanca rebosaba y por el parque de las Salesas, cientos de personas iniciaban su paseíllo hacia nuestra querida Glorieta. Los bares de alrededor de la plaza (el Currican, el Copa Viga, el Alfonso…) estaban hasta la bandera (expresión que los antis no sé si usarán porque cuando se enteren de que es una hipérbole que se usa para decir que la plaza estaba… ¿cómo estaba la plaza? ¡Abarrotá!)

Sí, me invade la nostalgia. Con ese ambiente, esas tardes (en plural) de «No hay billetes».

Las taquillas ya están abiertas, pero el teléfono ya no suena para encargar entradas. Me consta que hay colas interesantes y quizás esta feria tan atípica, dividida en dos fines de semana y con la mitad de festejos que antaño, pueda hacerme vivir algo parecido a entonces. Aunque mal empieza porque la venta de entradas sueltas no empezaba hasta el 6 de septiembre y yo ya he podido comprar las nuestras por internet. Espero que no metan la pata hasta la bola porque Bien Me Fastidiaría (por no decir otra cosa, pero me jodía el juego de palabras) tener algún problema.

Solo deseo que no le den la puntilla a este mundo por el que mi padre dio la vida que, en parte, me ha dado de comer y que tantos valores me ha inculcado, que tantos amigos ha dado a la familia y que tantos puyazos también nos ha pegado. Pero somos bravos, así que no tenemos vergüenza torera. Resiliencia.