No me he olvidado de sonreír, pero sigo pensando
Hola papío:
4 años 4, de un mano a mano entre la cabeza y el corazón, lidiando con la saudade, la nostalgia, el nunca parece suficiente y la falta que me haces.
Es difícil parar y templar una cabeza que da tantas vueltas y eso que fue lo último que me recomendaste. Recuerdo que fue unos días antes de fallecer. Estaba junto a tu cama y me diste dos toques en la mano. Te pregunté qué necesitabas y tú a mí que qué hacía. «Pensando», respondí. Y con ese gesto tan tuyo, moviendo la boca a un lado y marcando hoyuelo (yo también lo hago), meneaste la mano como diciendo «deja, deja», a la vez que me dijiste: «no pienses, tanto». En ese momento no supe que ese sería tu último consejo. Pero no lo puedo evitar, no tengo la culpa de que tuvieses una centrifugadora como hija. Aunque sí prometo que lo intento y que lo lograré, al menos por hacerte caso.
Te recuerdo cada día con una sonrisa y te nombro mucho (no tanto como tú a mamá, que hasta después de estornudar soltabas «achís, Nati»). Diría que hablo casi todos los días contigo y trato de imaginar lo que me dirías, los gestos que harías, pero no te he vuelto a escribir una carta como cuando estabas aquí. Quizás siempre me exprese mejor así.
Mamá está bien, pero diría que ya no es la misma sin ti. Te echa mucho de menos y gracias al universo que tiene ese carácter tan divertido y es una valiente. Ya sabes que es brava… y bruta, por eso seguimos discutiendo, aunque no te preocupes que no la suelto. Y no te lo pierdas, que estudia en la Universidad de la Experiencia. «Anda, anda, señá Natividad. Ahí va la estudianta», le dirías. ¡Ah! Debes saber que me ha contado algunas cosas que le dijiste antes de marcharte y eres el ser más generoso que ha pasado por mi vida.
Y yo… trato de mirar la vida con tus ojos: valiente, sonriente, con honradez, ayudando… y con algo de bonhomía. Bregando todos los días o citando al frente. Y en ocasiones doy algún mantazo porque siempre ganan por goleada los recuerdos buenos a los malos, pero estos embisten con ganas. Es increíble también cómo, cuando muere un ser querido, parece que no has hecho lo suficiente. Sé que estuve a la altura como hija en la vida, a pesar de nuestras discusiones (porque en el fondo somos iguales), pero siempre aparecen los «tendría que haber hecho tal o cual». Y te confieso que dejé el trabajo por estar contigo, algo de lo que sé que no fuiste consciente y que no te habría gustado, pero lo haría mil y una veces más. Confiaba firmemente en que te recuperarías y es la mayor hostia que me he llevado en la vida.
Es que encima, hasta para eso te tapaste. Discreto, en silencio, decidiste volar cuando estabas solo. Y ahora yo no soporto escuchar a la gente contar que estaba con sus seres queridos en su último suspiro. Que sí, que no tiene importancia y que no le debo poner punto a todo… Lo sé, papi. Además, nada habría cambiado, porque igualmente ya no estarías.
Tampoco soy capaz de escuchar «Y, sin embargo, te quiero» de Miguel Poveda, que cantamos aquellos días los tres juntos, ni beber un batido del Mandala, porque ya no puedo ver cómo te ponías ansioso por no saber cuál elegir. Y es que nos dejaste vacías… Eso sí, continúo viendo los vídeos y documentales de chimpancés que nos hacían reír a carcajadas. “Es que hay humanos que de cara se parecen”, jajaja sí, sí.
Ya me conoces, no soy muy creyente y me cuesta eso de que a algo hay que agarrarse. Pero a veces, solo a veces, me hago a la idea de que sigues cerca y me sigues cuidando.
Y continuando con esa creencia de que por algún agujero nos verás… al final cumplí mi palabra y escribí tu libro. Sé que te habría encantado estar presente y compartirlo con tus amigos y contar tus historias. Pero me ha costado mucho aceptar mi error y asumir que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Y fíjate, Marc, que ya habían pasado tres años desde tu fallecimiento y no se habían olvidado de ti y durante meses he estado recibiendo (y recibo) mensajes recordando anécdotas, contándome sensaciones del libro… Hasta de gente que no nos conocía. Valorando tu trabajo, tu modo de vida, tu bondad y simpatía y tu guasa (que mira que decirle a uno que cantaba muy mal: «cállese usted, que es un asesino del cante», jajajajajaja, eras único). Qué bonito ha sido sentir que estaba recogiendo lo que tú habías sembrado. Aunque confieso que me habría encantado verte frente a la librería, mirando el escaparate y viendo tu libro, con el pecho hinchado cual palomo.
No te haces una idea de lo emocionante que ha sido reunir a amigos de siempre, recuperar el contacto con otros, sentir el respeto que te tenían y lo agradecidos que están. Además, que sepas que los grandes amigos siguen cuidándonos, pendientes de mamá, y el cariño que te tenían nos los demuestran ahora a nosotras. Luego, qué te voy a contar; que, como tú decías, hay mucho chufla y julai… sí, de poca categoría, eso es.
Si es que parece que te escucho. Hasta me sorprendo usando tus expresiones y yo misma me digo lo que creo que tú me soltarías en ciertas ocasiones. Cuando las cosas se complican, cierro los ojos y me recuerdas: «no te acobardes, mañiña«. Pero sigo emocionándome cuando hablo de ti y continúo llorando tu ausencia. Qué raro, ¿no? Y vuelve tu voz: «otra vez llorando, Ícia, no me jodas…» y empiezo a sonreír. Porque jamás olvidaré aquella frase, que «lo más bonito en la vida es sonreír y reír».
Por lo demás, las cosas en el planeta tierra van regular: hemos vivido una pandemia y hay una guerra en el mundo entre Rusia y Ucrania. Sí, no te hablo del año que naciste, sino del 2020 en adelante. Estoy segura de que te cagarías en ese hijo de Putin y no soportarías ver las imágenes de esos niños huyendo de su país. Y la pandemia, se llama Covid. No veas la que nos lio un chino con comerse un murciélago. Estuvimos casi tres meses en casa, solo saliendo a comprar, llevando mascarilla a todas horas (hoy en día la usamos en algunos espacios), con toques de queda… «Cagüen diez con la Covid de los huevos», que dirías tú. Todo esto, más que nunca, te sonará a chino.
Por suerte, mamá no lo ha tenido y yo lo pasé muy leve, cuando ya estaba más controlado, pero ha muerto mucha gente. La verdad que, egoístamente, me ayudó pensar que no estabas viviendo todo aquello porque habrías sido carne de cañón con tu problema de pulmón; y lo de la mascarilla… no nos engañemos que habría sido una odisea todos los días y discusiones con la señá Nati, porque tú harías… «lo que yo crea conveniente». Así es.
En cuanto a los toros, pues de mal en peor, padre. Ya no existen hombres como tú. Pero allá donde estés, seguro que tienes tus debates y tertulias con los amigos que allí te esperaban y los que van llegando.
Te echo mucho de menos porque «esto es muy difícil». Eso sí, majete, podrías aparecer más en mis sueños, porque en el último sentí perfectamente tu abrazo y lo necesito. Y qué bonito, como cantaba Rosario, «sería poder volar y a tu lado ponerme yo a cantar, como hacíamos los dos». Te encantaba esa canción…
4 años 4, de un mano a mano entre cabeza y corazón, sin olvidarme de sonreír, pero aún pensando mucho. Lo lograré.
«Un beso, cariñoto» (Oto, oto. Te he vuelto a escuchar)